A inicios del siglo XX, con el avance exponencial de la industria de síntesis química, se comenzaron a usar en la agricultura los plaguicidas sintéticos, en un inicio plaguicidas organoclorados, como el DDT, el lindano, aldrin, adrin, etcétera. Tenía que ver con substancias semivolátiles y persistentes, que aseguraban un efecto insecticida mucho más prolongado sobre los cultivos. En un primer instante fueron una solución rápida, económica y simple al inconveniente de las plagas. Estos insecticidas se usaron extensivamente desde la década de los 50 hasta los años 70. No obstante, siguientes estudios científicos probaron que estos elementos químicos se amontonaban en los tejidos vivos y aumentaban su concentración al subir a la cadena trófica. Y se relacionaron con efectos dañinos sobre la salud: un aumento del peligro de cáncer, el origen de malformaciones y otras nosologías. Consecuentemente, desde el año 2000, los insecticidas organoclorados se prohibieron en varios países. No obstante, todavía convivimos con sus restos, puesto que todavía están en los humanos y mamíferos en todo el mundo varios años una vez que su producción y empleo hayan sido limitados
Pero la agricultura de producción intensiva ahora se había habituado a la utilización de los modelos químicos, en tanto que reducían ciertos trabajos del campo, eran parcialmente fáciles de utilizar, en un inicio económicos, y se podían reiterar los tratamientos en tantas ocasiones como fuera preciso. Con la prohibición de los primeros insecticidas sintéticos, el ámbito agrícola precisaba modelos afines a usar.
Y era un nuevo mercado para las compañías químicas. Además de esto, las compañías químicas podían explotar para la agricultura los adelantos completados en la Segunda Guerra Mundial en el avance de gases neurotóxicos de forma exclusiva de empleo militar. Se desarrollaron y comercializaron para la utilización agrícola los insecticidas organofosforados (malation, paration, etcétera) y los carbamatos. Los primeros son muy tóxicos para el hombre, si bien poco persistentes, ya que se suprimen en la orina. Afianzaron su empleo agrícola desde los años 50, hasta esta época. Por otro lado, los carbamatos (por servirnos de un ejemplo el carbarilo, o el propoxuro) son poco tóxicos y poco persistentes. Menos eficientes por consiguiente en su acción como pesticidas y, por esta razón, se usan menos en la agricultura, y mucho más como insecticida familiares. Tampoco hablamos de compuestos completamente inofensivos puesto que son parcialmente solubles, tienen por consiguiente sencillez para contaminar las aguas.